La caña de pescar de mi abuelo, por Gustavo Nusymowicz Destacado

Mi último viaje a Buenos Aires fue distinto a los anteriores.

Desde que vivo en Estados Unidos siempre había viajado con mi esposa a visitar a mi familia y amigos, pero esta vez nos acompañó una pareja de amigos americanos y eso cambió las cosas, ya no me sentía solamente un argentino volviendo a casa de visita, era el anfitrión orgulloso de su ciudad natal, era el guía turístico y a la vez, para mi enorme sorpresa, yo mismo era un turista.

El domingo de tango y antigüedades en San Telmo, la noche de los museos, las parrillas argentinas, ir a la cancha a verlo jugar a Independiente...y todo en inglés ya que nuestros amigos no hablan una palabra de español, todas esas cosas me hacían sentir un turista.

Ser turista en la ciudad en que nací, crecí y viví la mayor parte de mi vida fue una experiencia muy rara, una mezcla de sensaciones de familiaridad y distanciamiento difícil de asimilar. Porque los paisajes cambian, las personas cambian, el vocabulario cambia, pero a la vez todo sigue siendo esencialmente igual.

El olor del subte, el café con leche con medialunas en el bar de la esquina, los conceptos filosóficos del taxista, la pasión por el fútbol...esas cosas que no cambian me pegaban con más intensidad que nunca.

Mike y Bonnie - siempre me chocó nombrar al hombre primero pero así se acostumbra en Estados Unidos - estaban fascinados con Buenos Aires, especialmente con el trato amable que recibían; siendo negros americanos resultaban exóticos en Buenos Aires y la gente en general trataba de comunicarse con ellos, algunos hacían verdaderos esfuerzos por hablarles en inglés.

Según mi experiencia, el verdadero descanso en vacaciones no se encuentra yendo todos los días a la playa a tirarse al sol, no se encuentra cambiando la rutina del trabajo por la rutina de la playa, sino en estar en actividad, en hacer cosas distintas, visitar lugares, todo lo que te saque de la rutina. Por eso, y porque había tantas cosas que queríamos hacer en pocos días, íbamos de un lado a otro desde temprano a la mañana hasta bien tarde a la noche.

Como es lógico llegamos al último día con necesidad de aminorar el ritmo, lo que se combinó con otra lógica necesidad femenina: hacer un día de compras. Así que Mike y yo nos tomamos ese día de relax mientras nuestras esposas se dedicaron a recorrer los distintos shoppings.

Ya habíamos ido a mostrarles a nuestros amigos las casas y barrios donde crecimos y vivimos, los colegios donde estudiamos, incluso el colegio al que fue nuestro hijo hasta sus 11 años de edad cuando nos mudamos a Estados Unidos, así que le propuse a Mike ir a la costanera. Mi idea no era mostrarle las cristalinas aguas del Río de la Plata sino almorzar en el que, en mi memoria era uno de los mejores restaurantes de carnes de Buenos Aires: "Los años locos", que si bien ahora se llama "Aquellos años" me resultó casi tan bueno como lo recordaba.

Generalmente cuando estoy de vacaciones me permito algunas licencias con la comida; almorzando en Buenos Aires sin planes para la tarde me dispuse a disfrutar ese momento agregándole una botella de vino tinto a los bifes de chorizo, las papas fritas y ensaladas que ordenamos.
Tanto Mike como yo muy raramente tomamos vino, así que cuando llegaron los flanes con dulce de leche estábamos relajados y de muy buen humor.

Durante el almuerzo le conté a Mike mis recuerdos de infancia en la costanera, esos sábados de pesca en el Club de Pescadores con mi abuelo que fueron, sin duda, de los más dulces que un chico puede vivir.

Dicen que son distintos los adultos que fueron criados sólo con leche y aquellos que fueron criados con leche y miel; mi "abú" puso cantidades enormes de miel en mis tazones de leche, fue el hombre más cálido y cariñoso que conocí en mi vida. Recuerdo como pasaba su brazo por arriba de mis hombros y me abrazaba mientras mirábamos la línea de pescar en el agua esperando que algún pez picara, los chistes que me hacía, la paciencia interminable que me tenía, y los choripanes deliciosos en los "carritos de la costanera" después del día de pesca.

Sin ganas de volver al hotel, después de almorzar salimos a caminar por la costanera y pude ver la nueva versión de los carritos en la vereda del río.
Esos carritos que cuando yo era chico habían nacido como una simple parrilla de metal donde cocinaban con carbón los choripanes, y que fueron evolucionando hasta convertirse en verdaderos restaurantes que más tarde la municipalidad prohibió por antihigiénicos ya que no contaban con agua corriente. La mayoría de ellos se mudaron a la vereda de enfrente y la vereda del río quedó vacía, libre para los peatones.
Ahora, después de muchos años esos mismos carritos estaban de vuelta empezando una vez más su ciclo de vida, con una sola variante: las “bondiolitas" se transformaron en el sandwich más popular dejando a los choripanes en segundo lugar; tanto como para confirmar una vez más que todo cambia pero a la vez todo sigue igual, dándole nuevamente la razón a mi profesor de historia que decía: "si quieren saber el futuro lean historia, porque todo se repite, todo vuelve a pasar". Como dijo el genial Gabriel García Marquez a través de su personaje Ursula en "Cien anos de Soledad" : "el tiempo no pasa, da vueltas".

Mientras caminábamos vi una patente de un auto con el número 383. Como casi todos los que hicimos carreras universitarias ligadas a los números, mi memoria es mucho mas sólida en las cifras que en los textos, y el número 383 lo tengo grabado a fuego en mi cerebro, era el casillero en el que mi abuelo guardaba su caña de pescar en el Club de Pescadores. Durante toda mi vida cada vez que veo el número 383 recuerdo la caña de pescar de mi abuelo. Siempre le digo a mi señora: "Mirá Ro, 383, la caña de pescar de mi abuelo". Por supuesto, esta vez fue en inglés: "Mirá Mike, 383, la caña de pescar de mi abuelo" - Look Mike, 383, my grandfather's fishing rod, a lo que Mike me contestó: "What?"

Después de contarle la historia me dijo: - Vayamos hasta el Club de Pescadores, queda lejos?

Yo - Son unas cuantas cuadras, tendríamos que tomar un taxi. Además no vamos a poder entrar, es para socios exclusivamente.

Mike - No importa, lo vemos por fuera, caminemos hacia allá hasta que aparezca un taxi.

Entre la charla, el vino y las risas, las cuadras pasaron rapidísimo y en lo que me pareció un instante, allí estábamos, frente al Club de Pescadores. Entonces me agarraron unas ganas locas de entrar, de caminar por el muelle, de mirar hacia abajo y ver el agua moviéndose por entre los tablones del piso como lo hacía de chico.

Yo- Mike, voy a intentar entrar. Voy a decir que vengo a buscar la caña de pescar de mi abuelo. Tal vez todavía tienen registros y al ver que era socio vitalicio nos dejan pasar.

Mike- Cuanto hace que murió tu abuelo?

Yo- Mi abuelo murió hace casi 50 años, el 2 de noviembre de 1966, yo tenía 10 años; murió mientras dormía, parece que la muerte lo sorprendió en medio de un sueño lindo porque dicen que tenía una sonrisa dibujada en la cara... a mi no me dejaron verlo.

Mike- Mejor entonces no digas quien sos, te van a decir que debés 50 años de renta del casillero de la caña y que si no pagas los 100.000 dólares que debés no podés salir del país

Nos reímos los dos. Mike siempre tiene ese tipo de humor que apela al absurdo.

Entramos a la oficina y nos atendió una chica bastante joven. Yo hice un esfuerzo para reprimir la risa del chiste de Mike y con mi mejor cara de seriedad le dije: "Buenas tardes, vengo a buscar la caña de pescar de mi abuelo". La empleada se quedó mirándome sin saber qué contestar. Yo sabía cuán absurdo era lo que estaba diciendo, pero pensé que mientras no tuviera que mencionar el tiempo transcurrido podía seguir intentando que nos dejara pasar, así que continué: " El nombre del socio es Manuel Ressepter y la caña esta en el casillero 383, puedo pasar a buscarla?"

Empleada- La persona que se encuentra a cargo de los socios y la renta de armarios y casilleros esta por la mañana, debería volver mañana a hablar con ella.

Yo- Yo vivo en Estados Unidos, estoy de visita y mi vuelo de regreso es mañana, no voy a poder volver.

Empleada- Entiendo, esperen afuera, voy a llamar a un empleado que tal vez pueda ayudarlos.

Mientras esperábamos caminamos por el pasillo en el que había cientos de cañas en las paredes hasta llegar al muelle, ese muelle que no había pisado desde que tenía 10 años, y lo vi a mi abuelo llevándome de la mano, poniéndome el gorro de corderito que me cubría las orejas y atándomelo debajo de mi mentón, enseñándome a lanzar la línea, vi su cara de alegría cuando yo sacaba un pescado, y lo vi abriendo la pesadísima caja de pesca de madera que después se convirtió en mi caja del Scalectric.

Me volvió al presente la voz de un hombre mayor que me decía:

Empleado- Señor, usted está buscando una caña de pescar?

Yo- Sí, está en el casillero 383

Empleado- hace cuánto tiempo la dejó?

Ese era el punto que yo había querido evitar, pero por suerte la pregunta llegó cuando ya habíamos estado en el muelle, así que le contesté:

Yo- Hace bastante tiempo

Empleado- Mire, acá pasaron varias administraciones, se reorganizaron varias veces los armarios y la numeración de los casilleros, es muy difícil encontrar un número entre tantas cañas.

Entonces, buscando una salida elegante a una situación absurda, le dije:

- Recuerdo que pasando la administración había una puerta a la izquierda que daba a otro cuarto grande con casilleros de cañas, la caña de mi abuelo estaba enfrentando esa puerta; permítame mirar allí y no lo molesto más.

Empleado- No es molestia, es por acá.

Entramos y al ver ese cuarto largo y angosto repleto de cañas volví otra vez al pasado,

Mike, que está acostumbrado al orden de Estados Unidos y no había entendido una palabra de lo que el empleado había dicho, había estado mirando los números de los casilleros y desorientado me preguntó:

Mike- Como están ordenados los números? allá afuera vi los números 1100 al lado de los 400, y acá veo todos números distintos.

Yo- No están muy ordenados, hay que ir mirando y si ves el 383...

En ese momento lo vi, el 383, reconocí el candado que mi abuelo cerró por última vez hace 50 años y la caña larga de pescar pejerrey.

Todo estaba allí, en el mismo lugar que yo recordaba, todo estaba exactamente igual.

Mientras tocaba el candado y acariciaba la caña se me llenaron los ojos de lágrimas y tuve que hacer un esfuerzo enorme para no largarme a llorar como un chico. Mike me abrazó.

Cuando íbamos saliendo Mike me preguntó:

Mike- Vas a llevártela a Estados Unidos?

Yo- No Mike, este muelle fue para mi abuelo su lugar en el mundo, él encontraba aquí su paz, su simple felicidad. El espíritu de mi abuelo está en esa caña y allí es donde debe seguir.

Y allí sigue estando.

Esta es una historia real, tan maravillosa que superó mi imaginación, por eso para escribirla sólo tuve que contar los hechos.

Pronto voy a viajar nuevamente a Buenos Aires y planeo volver al Club de Pescadores a visitar a mi "abú", a recordar esos momentos felices que siguen estando allí, en el casillero 383, donde está la caña de pescar de mi abuelo.

Gustavo Nusymowicz

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