"Pesca mágica", por Alberto Enguix

"Pesca mágica", por Alberto Enguix

Era un slogan muy popular en los medios gráficos y radiales y en la recientemente inaugurada TV Canal 7 (de riguroso blanco y negro, resaltado por los voluminosos televisores Capehart, sí, esos, los de las puertitas): “Tome Toddy todos los días”. Los chicos de todo el pais siguen, embobados, el consejo y la bebida está de rigurosa moda. Colateralmente mi amigo Luis, con ingenio, acaba de encontrar una aplicación impensada para el producto: lo embebe en miga de pan para alimentar a sus miles de lombrices. Diluido con leche y agua, claro.

Porque Luis es “mayorista lombricero”, todo un industrial en momentos en que, por el intenso pique, la Costanera Norte de Buenos Aires es una fiesta. Vale la pena remembrar aquellos tiempos, en los que los reinaban por abrumadora mayoría los “pioleros”, reyes del hilo de algodón retorcido (algunos tan sofisticados que hasta los bañaban en tanino, cuyo color marrón intenso permitía distinguirlos aún desde lejos). Estos émulos de Patoruzú revoleaban por sobre sus cabezas no las boleadoras, sino sus espineles de 5 o más anzuelos coronados con una robusta tuerca de durmiente ferroviario o, los más pudientes, una bola de plomo de 200 o 300 gramos, en un operativo que imponía a sus vecinos pescadores un preventivo cuerpo a tierra generalizado.

Siguiendo con Luis, por esos tiempos en los fondos de su casa, en San Martín, se había adueñado de un sector de jardín para convertirlo en un gran procreadero de lombrices, para espanto y repugnancia de su madre y hermanas. A escala masiva, la empresa de Luis ocupaba a gran cantidad de minoristas, desperdigados en las extensas veredas frente al pequeño Aeroparque de aquellos tiempos, quienes comercializan sus anélidos bien ensopados en aserrín; gracias al petardo alimenticio, son rojas y vitales viboritas, todo un manjar para armados y bagres. El reparto y reposición, en especial para el pico del fin de semana, obliga a Luis a dos y hasta tres maratónicas rondas en su bicicleta, de esas con la rueda de adelante pequeñita y la canasta encima.

Pero los refinados paladares de los pejerreyes invernales no las aceptan, no las toman, prefiriendo “las de gallinero”, rosadas y chiquitas, que comercializa, aunque en mucho más reducida extensión, la competencia. Desde luego, estos anélidos no toman Toddy. Mal negocio. Un fracaso. Cuando llegan los fríos, y con ellos los pejerreyes, Luis no vende nada. Los especialistas cañeros, algo así como la antítesis de los pioleros, le dan la espalda al producto de Luis.

A mí tampoco me va mejor con la promoción de mi “carnarina”, el aserrín residual –carne, nervios, hueso- que le queda a la sierra eléctrica de la carnicería de mi papá. En verano atraía multitud de mojarritas, y tras ellas los apetecibles dorados, y dentro de un rulero plástico a fondo, cerca de la plomada, era un imán irresistible para bagres, armados y demás fauna de cuero. Debería también ser una ceba muy atractiva para los pejerreyes rioplatenses pero, misterio indevelable, estos peces la ignoran. Otro fracaso invernal.

Decidimos que algo habría que hacer. Tal vez en las lagunas. Sin haber ido nunca a San Miguel del Monte, un espejo palustre en donde vox populi la pesca de pejerreyes es inaudita, Luis y yo decidimos asociar nuestras frustraciones y testear allí lombrices y ceba. No contamos con asesoramiento alguno, de modo que la excursión es como un salto al vacío, sin conocer los lugares más rendidores, ni la profundidad de las brazoladas, ni nada de eso. Si alguien, entre los muchos que consultamos, sabía algo, se cuidó mucho de transmitirlo. En fin, un tiro al aire.

Un sábado muy temprano, casi de noche, ya en el tren, notamos que, salvo la explicable excepción del guarda, todos los demás son “del gremio”, delatados por sus cañas enfundadas. Además, incomprensibles, por la premura con que se lanzan masivamente al andén en Monte, cuando aún no se ha detenido el convoy y salen corriendo hacia la laguna como si los persiguiera Satán ¿Es que no pueden contener sus ansias de pesca?

No, nada de eso. Se trata de una cacería de embarcaciones. Cuando bajamos nosotros, ya no quedaba bote alguno en alquiler, de modo que tenemos que perder más de una hora bordeando la ribera a pie hasta hallar uno de madera, por supuesto en estado deplorable. Posee la rara particularidad de flotar en una laguna -Monte, claro-, creando adentro otra laguna de uso exclusivo para Luis y yo. Tras pagar por anticipado el alquiler, y dejar nuestras cédulas de identidad en garantía, forcejeamos como galeotes para deslizar el barreminas hasta la laguna.

Cuando finalmente remamos hacia el interior del espejo acuático, ya hace rato que los expertos se han diseminado anclando cerca de las costas, de modo que fondeamos sin ton ni son en cualquier lugar, solitarios, cerca del medio, para no molestar a los que ya están, y con las brazoladas en cualquier profundidad. Somos el monumento a la ignorancia.

Cambiando un par de veces de lugar, finalmente cosechamos entre los dos 20 dentudos grandes y 20 pejerreyes de lindo tamaño, pero lejos de las expectativas que nos habían creado los rumores. Pensamos que, ahora sí, ni nuestra ceba ni nuestras lombrices tendrán un futuro económico asegurado. Está, al parecer, demostrado inapelablemente. De modo que, ya de tarde, nos dirigimos cabizbajos al club y pedimos café con leche y medialunas, haciendo tiempo hasta la llegada del tren.

En eso estamos cuando empiezan a llegar los sabios lugareños y los popes foráneos y, mientras se muestran sus cosechas, se confunden en abrazos y alabanzas mutuas, algunas a voz en cuello. Ha sido un gran día, seguro. Intrigado, masticando rabia, me acerco a uno de los bolsos más elogiados, espiando subrepticiamente su contenido. Y me quedo alelado. Una docena de juveniles. Me animo a mirar otra canasta cercana. Un puñado de pequeñitos, seguramente extraídos de la mismísima Casa Cuna del Pejerrey.

Atónito, entonces lo mando a Luis a mirar otro balde, y al ser sorprendido en pleno espionaje, levantando el repasador, sólo atina a decir, yo diría imprudentemente,…”-PERO NOSOTROS SACAMOS MUCHOS MÁS…-y, desgranando las palabras, casi en un grito, les clava la puñalada trapera- ¡Y MÁS GRANDES!” Conmoción generalizada. Todos vienen a ver nuestro bolso y exclamaban “-¡FANTÁSTICO! ¡INCREÍBLE!”, y no cesan de interrogarnos: “-¿ADÓNDE FUERON? ¿ CON QUÉ CARNADA? ¿CEBARON?”. Y cunde el estupor cuando contamos lo que habíamos usado: viboritas y huesos molidos; ah, fondeados en cualquier parte y con los anzuelos en cualquier profundidad.

Sin explicación racional alguna, finalmente convenimos con Luis en que la ecuación es la siguiente: un fracaso, sumado a un fracaso, igual a un éxito. La pesca es así. Mágica. A veces rondando el absurdo. Y, por favor, no busquemos alguna otra explicación. Está de más.

Alberto Enguix

 

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